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PROHIBIR LA MÚSICA (Y II)

04/03/2016 | Por: Conrado Xalabarder

Los conciertos de bandas sonoras que tanto abundan en las programaciones de los auditorios de música no sirven mucho para difundir los valores de la música de cine sino que simplemente la popularizan, y hacerla más popular no implica por desgracia hacerla más reconocida, si ese reconocimiento solo se sustancia en una apreciación de lo musical.

Buena parte de lo que expuse en el editorial anterior sobre la edición discográfica es extensible a los conciertos de bandas sonoras, pues como sucede en el salto de la película al CD, en el tránsito hacia la sala de concierto se pierde el elemento cinematográfico y queda solo el musical, con todo el perjuicio que causa y que fue explicado en el anterior editoral, al que me remito para no reiterarme. El lector entenderá que no aceptaré como elemento cinematográfico las proyecciones de escenas aleatorias durante la interpretación de una pieza, que puede funcionar como espectáculo pero que nada tiene que ver con aquello para lo que fue creada esa música. También objetaré -por ser estricto- los conciertos+película, donde se interpreta la música sincrónicamente a la proyección del filme, pero mis objeciones las expondré algo más adelante.

Pese a las buenísimas intenciones que pueda haber en celebrar un concierto de bandas sonoras, el tratamiento que generalmente se le da no sería aceptado con la música clásica: la mayoría de conciertos de clásica lo son de alguna obra completa o a lo más una pequeña selección de ellas, en tanto que la mayoría de conciertos de cine lo son de pupurris donde se mezclan autores, estilos, y donde todo parece tener cabida. Ciertamente existen conciertos de la llamada música seria en forma de pupurris, pero conciertos tipo Ben-Hur de Miklós Rózsa, Raiders of the Lost Ark de John Williams, El bosque de James Newton Howard o El orfanato de Fernando Velázquez sencillamente ni se plantean en las programaciones si no es con la proyección paralela del filme. Pero no con la banda sonora completa, pues la sala quedaría medio vacía ya que a la mayoría de la gente no le interesa la música de cine como una obra total, solo como un espectáculo parcial, fragmentable, donde lo que importan son los momentos bonitos o los highlights. No hablo de llevar a un auditorio y para el público en general el Dragonslayer de Alex North, que es una música fascinante pero difícil, hablo de que si se programara una obra tan cómoda de principio a fin como E.T. The Extaterrestrial, de John Williams, que es una obra maestra también en lo musical, no pocas entradas quedarían sin vender (insisto: sin proyección de película o fragmentos de la película). Y si creen que me equivoco... ¿dónde están esos conciertos de bandas sonoras completas (sin el reclamo de proyección/show)?

¿Por qué sí la 4ª de Brahms y no Poltergeist de Goldsmith (sin proyección)? Es verdad que ha habido algún concierto completo, como The Passion of the Christ, de Debney, que congregó con enorme éxito a casi tres mil personas en la Mezquita de Córdoba, pero la entrada al recinto era libre, eran fechas de Pascua y el escenario era incomparable. En todo caso, es la feliz excepción que confirma la triste regla, lo que da la falsa idea de que la música de cine es despiezable como un cordero para degustar solo las partes más sabrosas.

Es verdad que muchas bandas sonoras no pueden ser trasladadas idénticas a una sala de concierto, porque afortunadamente no fueron hechas para eso, pero es que ni tan solo con arreglos se programan obras completas, como las que he mencionado antes. Por desgracia, y es muy dañino, para demasiada gente los conciertos de cine son un lugar donde mover la cabeza de lado a lado, donde escuchar músicas pegadizas que no sean muy complicadas ni por supuesto muy largas. De su ADN narrativo, del cine que hay en ellas, de estructuras y discursos... nada de nada. Los conciertos de bandas sonoras no difunden la música de cine. La popularizan. Y, como dije en el anterior editorial respecto a las ediciones discográficas, se tiende a creer que en un concierto se escucha música de cine cuando lo que se escucha realmente es música para cine. Y no es lo mismo. En un concierto no hay música de cine. Lo que hay es música para cine.

Otro efecto pernicioso es, por el carácter selectivo de estos conciertos, hacer creer que a una sala de concierto se lleva lo mejor de lo mejor de una banda sonora, y por tanto lo que gusta es lo bueno. Y si no gusta, no es tan bueno. Como herramienta de difusión de la música de cine es dudosamente eficaz cuando la mayoría del público que paga una entrada para presenciar un concierto de música para cine sale del auditorio sin saber lo que es la música de cine.

De un tiempo a esta parte se han puesto de moda los conciertos acompañados con la proyección del filme, algo que hasta hace poco estaba reservado a los espectáculos musicales -generalmente parasitarios- con el cine mudo. Este formato, que está teniendo estupenda acogida y que sí se hace con obras completas, ayuda a exponer mucho mejor la grandeza de la música de cine, y su enorme importancia en la construcción de la película. Sí responden mejor a lo que es un concierto de música de cine. Tienen un inconveniente, y es que en la música de cine funciona el ser en determinados momentos escuchada, en otros solo oída, aquí en primer plano, allá en la retaguardia... y en un concierto de estas características siempre es escuchada y en primer plano. Pero en cualquier caso el asistente sí puede salir del concierto con lecciones nuevas aprendidas. El formato concierto+película es un paso adelante y una superación y mejora con respecto al formato concierto.

Quedará un solo paso más para superarlo y mejorarlo: que la gente vuelva al formato película. Sería como regresar al punto de partida, a la matriz que nunca se debió abandonar.

P.D.: entienda el lector, como sucedió en el anterior editorial, el caracter retórico y no dogmático de estas reflexiones, que solo pretenden exponer las sombras de las luces. La gente tiene derecho a ser feliz, y si los conciertos de música para cine dan felicidad, no seré yo quien los objete!. Un concierto de Morricone, de Williams, de James Newton Howard -que estará en Bilbao en diciembre- son una bendición, incluso aunque sean pupurris de sus obras. También son de agradecer los conciertos que se hagan sobre ellos o sobre cualquier otro compositor. Pero creo que hay que empezar a significar que no son conciertos de música de cine sino de música para cine. Quizás así la gente comprenda que lo más importante de todo no se expone en un escenario sino en la pantalla.

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