La obra de arte es una pero el impacto e la interpretación que genera puede llegar a ser innumerable. Es su grandeza, parte de su esencia y cualquier artista asume que en cuanto expone su creación al público esta será recibida, entendida e incluso transformada en la emoción o el raciocinio de cada persona que haya interactuado con ella. En la música de cine, que es arte dentro del arte, pasa exactamente lo mismo: no hay margen de diversidad en la única interpretación posible sobre lo que representa la música del tiburón -y pese a tener una interpretación y lectura única es una monumental obra de arte dentro del arte-, a la vez que hay análisis que aunque sean totalmente diferentes a las pretensiones del creador son válidos por coherentes, como demostramos con Patton (70). Nadie debe renunciar a su propia interpretación aunque es importante conocer la del creador, y nadie debería aceptar la del creador solo porque sea la suya, pues eso supone renunciar a una visión propia que podría llegar a ser, incluso, más sólida. Desde luego en la música de cine, donde son tantos los directores y también los compositores que no han tenido muy claro a dónde querían llegar con la música.
Estoy convencido que Christopher Nolan sí sabía qué quería obtener de la música en Oppenheimer (22): basta con revisar su filmografía para constatar que la música en su cine es parte integral, pero con este filme sucede que el mundo prácticamente se divide entre aquellos a quienes la música les ha sacado de la película y aquellos a quienes por el contrario les ha ayudado a entrar de lleno en ella. Estoy siendo sarcástico, claro está, pero el monumental éxito de la película a nivel mundial sugiere que son muchísimos más los segundos que no los primeros, entre los que me encuentro. A mí Dunkirk (17) -por citar una de sus películas- me metió de lleno en la playa pero porque la música era de esa playa, era completamente orgánica. Oppenheimer es externa, impuesta (no necesariamente impostada), y probablemente parte del público la ha aceptado por el impacto emocional, por su tono de trascendencia y magnificencia que contribuye -como el cristal de una lupa- a hacer más grande lo que, sin ella, se vería algo más pequeño. ¿Es eso malo? No, en absoluto, pero sea esa la razón o cualquier otra nada hay que objetar porque las emociones no se debaten, se respetan.
No solo soy yo sino que también algunos de los miembros de MundoBSO están mostrando opiniones claramente negativas (Ignacio Marqués, Juan Manuel Alcocer) o tibias con reparos (Isaac Duro, Gabriel Yong, Javier González). Obviamente no tenemos una línea predefinida: cada uno opina lo que libremente quiere, y entre nuestros seguidores hay pareceres diversos. Picasso dijo en una ocasión que se supo pintor de verdad en cuanto recibió críticas y abucheos en sus primeras exposiciones en el tan exigente París. El tiempo dirá si nuestros abucheos lo han sido a una obra de arte eterna o a una obra de arte efímera (la música, pues el resto de la película a todos nos encanta). Habrán de pasar años para saberlo. Lo que no habrá de tardar tanto es poder volver a la película y con lupa (no de las de engrandecer sino de las de observar hasta el mínimo detalle) examinar si la banda sonora ofrece y aporta algo más que una experiencia.