Durante la Segunda Guerra Mundial, dos oficiales de inteligencia utilizan un cadáver y papeles falsos para burlar a las tropas alemanas.
Este es un Thomas Newman menor, de escasa presencia y relevancia en una película que se explica adecuadamente sin necesidad de música. La contribución del compositor se sustancia en algunos matices dramáticos y de suspense en momentos puntuales de la trama, sin acabar de despegar ni de tomar protagonismo, manteniéndose en la retaguardia hasta el tramo final, donde la música eclosiona para enfatizar y dar trascendencia a la gesta alcanzada, así como aportar un tono elegíaco. Este es el único momento destacable, es hermoso y sencillo.