Debo pedir disculpas a Zeltia Montes por algunas consideraciones desacertadas e inadecuadas que hice en el editorial de la pasada semana, El bochorno evitable, y lo extiendo también a quienes nos siguen. Lo hago aquí, en el mismo lugar donde fue publicado ese editorial. En mi vida profesional jamás he señalado si alguien compone música bien o mal o si sabe o no tocar un instrumento. Mi labor es emitir una opinión sobre el resultado concreto de una película concreta, pero en ningún caso etiquetar a nadie como mal compositor/a o mal instrumentista. Por esa razón, el haber escrito Zeltia Montes no es pianista, aunque haya estudiado piano. No es lo mismo tocar ese instrumento ante amigos, de modo informal o durante una charla incluso en televisión, que en una gala televisiva ante miles y miles de personas. Ni siquiera con la partitura delante, es lamentable, contradictorio con mis principios y lógicamente ofensivo e hiriente. Hay un margen inevitable donde se puede herir aunque no sea la pretensión: una crítica, por ejemplo. Y es sabido que yo no me corto, me repugna la adulación e intento desarrollar una argumentación sobre todo si mis consideraciones son negativas. Y hay un margen del todo evitable, un linde que he traspasado. Rectificar no es de sabios sino de gente que pretende ser decente, y naturalmente debo rectificar, pero sin cambiar en realidad el trasfondo del editorial que no iba sobre Zeltia Montes sino sobre algo mucho más grave. Pero está claro que por haber hecho un daño del no razonable, significa que no lo he hecho bien.
Siempre he considerado a Zeltia Montes una profesional, no una amateur a la que tratar con mimo y entre algodones. Yo, desde luego, no: ¡es la próxima -y merecidísima- ganadora del Goya! Pero ni con la exigencia que se demanda a una profesional mis palabras han sido adecuadas: no soy yo quien deba calificarla como pianista, eso es la labor de otra gente, en todo caso. Debo, eso sí, indicar lo que estaba claro pero que se ha tergiversado: la falta de respeto a la ceremonia, la audiencia, etc., que señalé no se refería a ella sino a la actuación, que además subrayé que era explicable.
El problema es otro: si Zeltia Montes (o quien sea) toca o dirige su música -no de cine- o la de Chopin y lo hacen mal, a quien perjudica es a sí mismo/a y a su oficio, pero en ningún caso se cuestiona el supremo arte de la música, pero cuando esto sucede con la música de cine, quien sale perjudicada es la propia música de cine. Es terrible, es a veces agotador, y es muy difícil de superar, pero es mucha gente (muchísima gente) la que condena el género entero por una mala banda sonora, un mal concierto o una mala interpretación al piano. Y son gente que, para más inri, vienen de la propia industria cinematográfica española, no solo de la musicología más carpetovetónica, que por supuesto también. Por culpa de una basura de concierto la música de cine es basura; por culpa de una interpretación pésima, la música de cine es pésima. Yo lo he leído, lo he escuchado y nunca me cansaré de combatirlo.
Sé que en esto soy muy obcecado y llego a ser radical, pero la realidad es esa y creo que lo saben todos los que se dedican a la música para el audiovisual. Por eso, en el terreno extracinematográfico se ha de ser mucho más que excelente, y cualquier tropiezo genera más desprecio y nuevos desprecios. En 2022 sigue existiendo un profundo desconocimiento de lo que es la música para el cine, se la sigue considerando irrelevante, menor, poco seria: el editorial de hoy iba a tratar precisamente sobre una productora importante que da trabajo a quien afirma descaradamente no haber estudiado nunca música ni necesitarlo siquiera, mientras tantos compositores formados están sin proyectos. Esta es una realidad que yo no me voy a cansar de denunciar, y porque creo que cuando alguien interpreta ante audiencia música de cine no está solo representándose a sí mismo/a sino también a este maravilloso género, se ha de ser exigente, muy exigente. Pero serlo no implica lo irrespetuoso y es por esa razón y mi torpeza que pido públicamente perdón a Zeltia Montes y a cuantos se hayan podido ofender con mi editorial. Intentaré ponderar mejor mis enfados.