Hoy llega a las pantallas españolas Darkest Hour, séptima película de Joe Wright y quinta con música de Dario Marianelli. Es ya un binomio consolidado y un tándem operativo, eficiente y que funciona bien. Y una prueba más de lo mucho que aporta una música bien planificada a una película, incluso cuando esta -como es el caso de la que nos ocupa- no lo está tanto.
Hanna (11) y Pan (15) son las dos películas de Wright que no llevaron música de Marianelli: la primera corrió a cargo de The Chemical Brothers, en tanto la segunda la firmó John Powell. Con sus logros, particularmente en el caso de la segunda, son creaciones que en su conjunto resultan más convencionales, de menor riesgo y, por tanto menos personales. En esta consideración entra también el debut del director, Pride & Prejudice (15) una bella creación en la que el compositor desarrolló música de época junto con romántica, a la manera clásica, pero usual. Por el contrario, Atonement (07) tenía las características para tener otra banda sonora bella y ortodoxa, pero el director -y el compositor- dieron una sorpresiva lección de cine. A ella le dediqué un capítulo de Lecciones de Música de Cine, al que me remito, y que demuestra cómo ambos, además de hacer buen cine, lo hicieron original, personal y sobre todo interesante. No fue la única ocasión.
Anna Karenina (12), en buena medida gracias al uso de la música, acabó por ser una reinterpretación del género y otra vuelta de tuerca musical, donde nada fue lo que se esperaba. Marianelli desarrolló su creación en dos niveles: música para el ambiente, principalmente con valses, que enfatizaban la solemnidad y el entorno aristocrático pero con un aire deliberadamente escénico, teatral y circense. Frente a ella, la música aplicada a los personajes fue seria e hizo funcionar el contraste de superficialidad/banalidad frente a dramatismo/romanticismo. Asimismo, es ejemplar en lo que se refiere a los tránsitos entre música diegética y la que no lo es. Otra lección de cine, ciertamente algo más caótica.
Atonement le dio el Oscar al compositor y Anna Karenina una nominación. Para estas próximas candidaturas la categoría parece ser de complicado acceso, estando entre las favoritas The Shape of Water, Dunkirk, The Post y la nueva entrega de Star Wars, pero cabe alguna posibilidad que Darkest Hour entre en competición, y sería razonablemente aceptable. No es una película redonda, dista mucho de serlo, y es posible incluso que sea el filme menos logrado del director, pero la música tiene elementos muy interesantes, aunque al final para que el mecanismo funcione todas las piezas que lo mueven deben funcionar también. Como en algunas de sus películas anteriores, aquí también hay manierismo, renovación y un artificio casi teatral, que pone todo su peso sobre el personaje y sobre la interpretación de Gary Oldman, en lo que es un one man show que, siendo intenso y diferente, lo es más porque la música está sustancialmente para ser el aura del Primer Ministro, su vigor, su determinación, su ansiedad, e involucrar al espectador en ella. Como propuesta es apreciable y de alguna manera guarda (solo en intenciones) ciertas similitudes con Dunkirk, que casualmente converge en argumento. Pero como pasa en el filme de Nolan, la propuesta acaba por ser algo saturante, y acaba por producir más desconexión que involucración.
Podían haberlo hecho como siempre se ha hecho, con música arquetípica, conservadora, británica y perfectamente ordenada y limpia, pero la apuesta de Wright y Marianelli ha sido otra, y aunque no haya llegado a buen fin nada hay más apreciable que el riesgo, el querer hacer las cosas de modo diferente. Lo han demostrado en otras películas y será muy interesante ver qué planean para la siguiente.