Hoy se estrena en España la nueva película de Kike Maíllo, Toro, protagonizada por Luis Tosar y Mario Casas. Es un filme de acción sobre dos hermanos que se reencuentran tras cinco años años de separación cuando uno de ellos es amenazado por un capo mafioso para el que ambos trabajaron tiempo atrás. Tras la muy hermosa Eva, cuya banda sonora era de los hermanos Sacha y Evgeni Galperine, era esperable un salto adelante del director con respecto al empleo de música, pero ha sido un salto atrás abismal y por ello le dedicamos el editorial de esta semana.

De las virturdes (que las tiene) y defectos (que también) del resto de la película ya se ocupará la crítica general y el público, pero es un filme con muchas cosas a favor que pone a la música completamente a la contra. La banda sonora la firma el artista Joe Crepúsculo (alias de Joël Iriarte Parra) cuya vinculación al cine me es desconocida y cuya creación no hace sino restar allá donde se debería sumar. La banda sonora no es más que un torpe parcheo de estilos y temas que no explican nada, no implican al espectador y sobre todo generan confusión. Pero lo peor de todo es que en su mayor parte es muy mala música y un completo desorden: una canción flamenca en títulos de crédito iniciales y finales (¿?), flamenco en unas escenas, malas imitaciones de Vangelis o de Morricone o incluso de John Carpenter en otras, como pretendiendo insuflar al filme un aire añejo de género, que solo podría hacerse con una unidad de criterio estilístico (como en las grandes películas que referencia) y sobre todo con música bien hecha.

Los ambientes marginales que se retratan podrían explicarse mejor con una música sucia, marginal, decadente, como tantas veces se ha hecho y como tantas veces se ha demostrado que es eficiente y útil a las películas. Pero eso se hace con orden, con una evolución o narración que tiene un comienzo, un desarrollo y una conclusión, no con un remiendo de músicas inconexas que nada tienen que ver unas con las otras, que en su mayor parte son de dudosa calidad y que finalmente nada aportan al filme más allá de pequeños parcheos. Sin desvelar detalles del argumento, sí hay alguna escena muy bien conseguida desde lo musical -incluso con mala música- porque da un tono adecuado de cierta podedumbre moral, pero como en la continuidad de eso se cambia de música, aquello que se estaba generando desaparece.

Hay continuum argumental, lógicamente, pero ninguno musical. ¿Por qué la estupenda fotografía de Arnau Valls sí tiene discurso y evolución dramática y a la música se le ha relegado a rellenar huecos, y además de modo tan pobre?. Es un sinsentido. Todo director tiene derecho, faltaría más, a hacer la película que quiera y como quiera hacerla. Pero eso no justifica los sinsentidos en sus decisiones. En el caso de Toro, es claro que el afortunado músico ha estado encantado de participar y de poder parasitarse (es exactamente así) a la película para hacer una exhibición musical. Pero el cine tiene unas reglas que hay que respetar, y la mayor parte de esas reglas han sido aquí pisoteadas. Habiendo como hay compositores de cine profesionales, que no ponen música a las películas sino que hacen película con sus músicas, es severamente criticable que se haya desconsiderado de tal manera la música, su integridad, su entidad. Y que esta sea la peor banda sonora en lo que llevamos de año no es culpa de un músico que probablemente nada sepa de hacer cine con la música sino de un director que se ha demostrado tan talentoso en unos ámbitos pero también tan poco interesante en el musical. Es culpa suya y la consecuencia de querer contar con grandes profesionales para todos los apartados que hacen película excepto para la música, porque un músico que pone música a la película no hace necesariamente cine con ella. Si se hubiera hecho bien, la película sería infinitamente mejor, contundente, amarga, dura y brava, y no tan descafeinada y fláccida como ha quedado por tan malas decisiones musicales. Porque la música no es solo acompañar, es explicar y es involucrar, de principio a fin, con orden, lógica y estética. Pero sigue siendo algo muy complicado de entender incluso por aquellos tan talentosos -en todo menos en lo musical- como Maíllo.