La película El páramo se ha convertido en un fenomenal éxito de audiencia a la vez que han sido masivas y mayoritarias las reacciones negativas de quienes la han visto. Buena parte de esto último debido a una equivocada y quizás deliberadamente tramposa manera de venderla, que ha perjudicado y equivocado también la significación de la música, de Diego Navarro. No es la primera vez que ocurre: ya sucedió hace años con The Village (04), de Shyamalan, vendida en los trailers como una película de terror y que, aunque sí tuvo un buen éxito comercial, generó bastante descontento entre quienes esperaban que fuera terror de verdad, cuando la película estaba en otra línea, incluso más interesante, en la que el terror era un aspecto secundario: la música de James Newton Howard estaba mayoritariamente adscrita más en esa línea poética y dramática que no en el terror.
El páramo no es una película de terror, no lo es en absoluto, o al menos no es el tipo de terror que la gente espera ver cuando Netflix la promociona como tal: monstruos, sustos del gato, histeria... El páramo es una película dramática sobre otro tipo de terror, que no está en el campo de la fantasía sino en el de la psicología, y es absolutamente lógico que la gente que ha acudido masivamente a la llamada de un nuevo entretenimiento salga con un gran enfado, tal y como puede constatarse leyendo la catarata de opiniones negativas que hay en medios y redes sociales. Y es lógico: si la película se hubiera promocionado como la película que realmente es, un porcentaje altísimo de la audiencia ni se habría tomado la molestia de verla, a pesar de estar incluida sin pago adicional alguno en el amplio catálogo de Netflix.
Esto ha sido un poco un pan de hoy, varapalos de mañana, en el sentido que haber vendido de una manera distorsionada la película ha generado un gran éxito a la plataforma pero un gran descontento a su clientela. A Netflix no le debe importar mucho el aluvión de comentarios negativos: en unos días lanzarán otro producto de éxito y este se olvidará. A quien le debería importar y preocupar es al director, el debutante David Casademunt. También a Diego Navarro: todo su esfuerzo -que no ha sido poco- se va por la alcantarilla cuando se malentiende que su música es lo que no es y representa lo que no representa. Y ni es una música de terror ni lo representa.
Es una pena, porque aunque en mi opinión la película está lejísimos de ser perfecta, tiene cosas que podrían haberse significado mejor de haber sido vista y entendida como lo que es y como lo que el joven director ha venido explicando una y otra vez: un drama sobre miedos íntimos, angustias personales, el amor familiar y sobre todo la necesidad de salvación... ¿pero cuánta gente es la que atiende a las explicaciones de un director novel?. Su planteamiento es bastante cercano a Shyamalan, tanto como para que el maravilloso tema principal de Navarro tenga bien marcado el aura a Howard. Y precisamente este tema principal, hilo conductor que plasma las pretensiones del director, pierde su significación cuando la gente está esperando más pasar miedo propio que no ver el ajeno. Una publicidad mala, errónea, manipulada o tramposa puede también perjudicar la manera en cómo una banda sonora impacta sobre la audiencia. Eso también pasa.