Filme de la saga ubicado argumentalmente entre Star Wars: Episode III - Revenge of the Sith (05) y Star Wars (77). El Imperio ha terminado de construir la Estrella de la muerte, pero un grupo de rebeldes decide robar los planos antes que entre en operaciones.
Condescendencia. Se puede ser condescendiente con la obra del pintor que ha debido terminarla mucho antes de tiempo porque su marchante quería mostrarla para venderla en la exhibición de una galería. O con una banda sonora que por estrecheces presupuestarias ha debido ser hecha con samplers, o con muchas otras situaciones donde puede aceptarse con transigencia y tolerancia defectos y limitaciones. Pero no puede ni debería haber condescendencia alguna con una película de presupuesto galáctico cuya música ha debido ser hecha en muy corto plazo: para solventar ese inconveniente había recursos con los que contratar a un ejército de orquestadores y de compositores de música adicional para completar a tiempo la obra antes de ser mostrada en galería. En esta entrega de la saga han sido seis orquestadores. Si necesitaban más, podían haber triplicado la cifra.
Tener muchos orquestadores trabajando duro para llegar a tiempo a los plazos ayuda a llegar a tiempo a esos plazos, pero poco puede lograrse si no hay una planificación ni dirección clara de lo que quiere hacerse con la música. Y son decisiones que deberían tomarse de modo categórico, para que no queden dudas y sobre todo para que sea entendido y asimilado por el espectador: Jyn Erso, la heroína de esta entrega, ¿tiene música o no la tiene? Si se le concede tema musical debería ser creado, desarrollado y finiquitado en un mismo capítulo, un tema que se le puede asignar solo para ella, a su relación con su padre, al equipo que forma con Cassian Andor, o a todo si se trata de un tema de personaje que se expande. Y lo mismo con el conjunto del Rogue One: ¿se les asigna o no un tema musical? Atribuirles tema o no cambia el enfoque y la relevancia que se les da, pero los resultados son buenos, aunque diferentes. Sin música, por ejemplo, Jyn Erso o el Rogue One serían puestos en un nivel de meras piezas de todo un engranaje en la lucha de los rebeldes contra el Imperio, lo que en absoluto podría ser considerado despreciativo; con música se les da relevancia y se les rinde tributo como héroes o como mártires, porque si hay algo que se caracteriza en la saga galáctica es lo mucho que se significan quienes tienen temas musicales.
Lo que es inaceptable -y condescendencia cero- es que al terminar el filme no se sepa si Jyn Erso o el Rogue One han sido categorizados o no con tema musical. Que no quede claro. Que la respuesta a la pregunta sea no lo sé, creo que sí, creo que no, sí pero... o la que sea. No estoy hablando de nosotros (yo y vosotros los aficionados), que ponemos todos nuestros sentidos en verlo. Hablo del espectador corriente, el que es pasivo ante la presencia de música, el que ni observa ni analiza (con todo su derecho y bien que hacen). No queda claro y no quedando claro queda diluido, disuelto, rebajado, fláccido...
Dos son las causas principales:
1.- La inserción de los temas y fragmentos de las músicas de John Williams a lo largo de la película, que responde a una lógica argumental no cuestionable, naturalmente, pero que estrecha el campo de actuación de la música original. Y con otra derivación, tampoco cuestionada y además inevitable, y es que cuando aparece la referencia a cualquiera de esos temas ya legendarios, el espectador solo quiere escuchar esos temas. Le sucedió a Giacchino en Jurassic World (15) y vuelve a suceder aquí: cuando se cita a Williams, es fácil olvidar la música de quien lo está citando...
2.- La falta de inmediatez: una de tantas grandezas del genial alquimista que es Williams es que le son suficientes cuatro o cinco notas musicales para determinar la personalidad específica de un tema, que luego desarrolla. Son cuatro o cinco notas que llegan al espectador de modo inmediato, que se vinculan al personaje o concepto que representan y que a partir de eso pasa a ser explicativo, no solo emocional. Esto no sucede con los temas dramáticos y pretendidamente narrativos de Giacchino, que intentan pero no pueden calar por falta de tiempo, por la presencia de tantas otras músicas y por un montaje sonoro que solapa una música que parece haber sido concebida para ser escuchada sin otros sonidos. Allá donde música de Williams es explicativa, la de Giacchino no lo logra, y en alguna escena (Jyn Erso viendo el mensaje de su padre) es una forzada impostura, un querer gustar y emocionar a toda costa y a toda prisa, pero con la indiferencia como resultado. Un quiero y no puedo inaceptable en la saga.
Esta es una banda sonora que acaba siendo casi prácticamente una gimcana a la búsqueda deseada y encuentro celebrado de John Williams a causa de una música original que en lo que se refiere a lo dramático, por las razones expuestas, es apática y narrativamente débil, salvo en la parte final donde, aunque ya tarde, Giacchino resuelve de un modo muy emotivo, pero no explicativo. Aunque incluso ahí la música no ensombrece ni un ápice el recuerdo a Williams.
Dicho todo lo anterior, hay que señalar algo que es determinante: en lo que se refiere al resto de las músicas (cuantitativamente la mayor parte de toda la banda sonora) el ejercicio del compositor de mantener el espíritu de la saga y su respeto al espectador se salda casi con un sobresaliente, pues todas las músicas para las acciones y ambientaciones no son en absoluto de relleno o funcionales. Bien al contrario, Giacchino hace lo indecible para que no se note la ausencia de Williams, aportando su propia voz pero salvaguardando a la vez y con mucha honestidad el legendario legado del legendario compositor. No es poco sino mucho y es este factor el que finalmente eleva a un aceptable notable el conjunto de la banda sonora.