Un ermitaño, de firmes convicciones morales, viaja a una gran ciudad y en ella se contagiará de todo aquello que consideraba corrupto.
El contraste entre el mundo místico del personaje protagonista y la realidad urbana que se encuentra es resuelto en esta partitura con música pop, típica de su época, y también con swing e incluso rumba. Incluye un tema de amor, repetido en sucesivas variaciones. Se acompaña de la banda sonora de La matriarca (68).