Las aventuras de un excéntrico creador de juguetes, su aventurera nieta y una invención mágica.
En este musical las canciones y números de baile son los absolutos protagonistas en el marco de una historia de fantasía, de buenos y de malos, muy colorida en su escenografía, fotografía y vestuario. También la música de Debney es colorida y mágica, con poderosas melodías sinfónicas de gran prestancia, rica en temario y con una gran solidez y coherencia estilítica. Pero su belleza, calidez y empatía están permanentemente expuestas en un segundo plano dramático y sonoro durante todo el metraje, sin poder sobresalir ni elevarse y elevar la película: no se le ha dejado espacio y se hace palpable que el compositor entró en la producción con el resto del filme hecho, o desde luego da esa apariencia porque la apariencia que da es que el resto del filme discurre ignorando lo que aporta la música, que finalmente no va mucho más allá de rellenar escenas y solo puede mostrar su poderío real en créditos finales, ya demasiado tarde.