Reseña de Ignacio Marqués Cuadra:

Siendo esta película una de las principales precursoras (y también una de las más populares) del subgénero slasher dentro del cine de terror, a pesar de los pocos minutos de música incidental que tiene, resulta destacale el uso que se hizo tanto de esa música, que en gran parte realizó el propio director, como de su limitadísimo uso, consiguiendo de esta manera que con la abundancia de incómodos silencios en ciertos momentos de la película pareciera más realista, agobiante e impactante en la época en que fue estrenada.

Se trata de una música (o más bien sonidos) muy experimental y funcional, hecha con elementos muy poco convencionales como huesos de animales, mugidos de vaca, gruñidos de cerdo o una gran variedad de sonidos hechos con diversos objetos metálicos. El objetivo de estos no solo era el de conseguir incomodar al espectador sino también el de ayudar a introducirlo en ese sofocante escenario rural y a generar una atmósfera demencial acorde con la locura de la familia de matarifes. También se utilizaron canciones country procedentes de las radios para resaltar la cotidianidad de esa calurosa tarde de verano y, de este modo, hacer más partícipe al espectador. Por otro lado, resulta muy destacable la ausencia de música en las escenas en las que Leatherface persigue a los jóvenes, adquiriendo máximo protagonismo el ruido que emite la motosierra. Es una banda sonora extraña y hecha con lo mínimo, sin utilizarse instrumentos o sintentizadores que, a diferencia de la posterior Halloween (78) de John Carpenter, obviamente no se recuerda por su absoluta funcionalidad y ausencia de referencias melódicas o instrumentales, pero precisamente todo eso también formaba parte del impacto que pretendía causar la película en aquella época. Y lo consiguió.