La historia de Antoni Benaiges, un joven maestro de Tarragona que antes de la guerra fue profesor en una aldea burgalesa y que, mediante un innovador método pedagógico, inspiró a sus alumnos y les hizo una promesa: llevarlos a ver el mar.
En su debut en el cine la compositora aplica una música más de conceptos que de emociones, que también las hay, y de caminos más que de destinos que lamentablemente (por la historia real del filme) no existen. Buena parte de la música surge del aura que genera el protagonista en los demás y para los demás, incluida la audiencia. Sus tres líneas principales son la de la música dramática, la de la inocencia y la de la creación de la magia, interconectadas entre sí de modo que dialogan y se retroalimentan. Con el piano como instrumento que se vincula y fisicaliza con el personaje, la compositora le expone en su soledad y en sus dificultades, y con sonoridades disonantes, turbadoras, se crea una impresión de fatalidad, de condena avanzada. El mismo piano crea y proyecta sobre los niños ilusión y esperanza, fortaleciendo su unión afectiva con el profesor y, puntualmente, con las gentes del pueblo. Sin embargo los temas musicales no pasan de ser conatos, melodías que buscan tomar cuerpo y forma pero que, por las dramáticas circunstancias, quedan castrados y no resueltos. La música es hermosa y es sentimental pero sus pretensiones no son las de gustar sino precisamente las de disgustar.