La historia real de la única testigo en la matanza de jesuitas en El Salvador la madrugada del 16 de noviembre de 1989, en plena guerra civil salvadoreña.
La compositora firma una creación dramática comprometida con el relato, con la protagonista y con el mensaje que el filme pretende transmitir. Hay un destacado tema principal que, en forma completa o de motivo, se posiciona desde la perspectiva de la protagonista y ayuda, así, a que la audiencia vea los hechos desde su punto de vista, y se sienta partícipe de los acontecimientos según se suceden, de su desconcierto, sus miedos y su determinación, a lo que ayudan los breves insertos de música para el poder, de los militares, que funcionan por contraste y realzan el sentido del tema principal. Con música enraizada con el lugar, orgánica, la compositora la lleva a un estadio más universal, especialmente en toda la gran escena de la matanza, cuando alcanza su cénit dramático. Allí no hay explicación musical de lo que acontece (imposible sin resultar impostado), y tampoco hay posicionamiento compasivo para las víctimas sino una declaración de principios que expresa de modo sereno que cada bala que se dispara lo es contra toda la Humanidad.