Pese a estar en un mal momento personal, un actor y director de teatro acepta montar la obra Tío Vania en un festival de Hiroshima. Allí, conoce a una joven reservada que le han asignado como chófer. A medida que pasan los trayectos, la sinceridad creciente de sus conversaciones les obliga a enfrentarse a su pasado.
En las tres horas de elegante, exquisita y hermosa película la música tiene poca presencia, pues no es necesitada para narrar y muy puntualmente para dramatizar, para aportar algunas pinceladas de cierta tristeza y también belleza a través del jazz, y de perturbación y quiebro emocional con inserciones electrónicas. En el filme hay asimismo un buen uso de canciones preexistentes -no recogidas en este álbum-, pero en su conjunto es el silencio la banda sonora más determinante de una película que es, también por ello, extraodinaria.