Un joven sueña consagrarse con el jazz, pero su vida es tan caótica que sus posibilidades son remotas. Encuentra un vídeo en el que una cubana dice ser su madre y decide viajar para emprender una nueva vida en la isla.
La base del trabajo del compositor no es aderezar los avatares del filme desde su perspectiva de comedia de enredos, sino apoyarse en los elementos dramáticos mediante una partitura que evidencia los componentes más desoladores que justifican y motivan el comportamiento de los protagonistas. Pero no lo hace desde una perspectiva conmovedora o emotiva, sino con la intención de remarcar la gran teatralidad de todo el argumento y de los personajes.
Recurre a melodías a priori serias y formales, deliberadamente convencionales, que después derivan por cauces más cáusticos y mordaces. Lejos de pretender despertar la compasión por unos seres ordinarios, comunes y triviales, expone la superficialidad y banalidad de sus comportamientos, en un ejercicio no exento de cierta crueldad hacia estos personajes. Y es un proceso que el autor maneja con cautela y prudencia, particularmente porque la pauta melódica con la que opera no es ni la típica en vodeviles o sainetes, ni ritmos habituales en el cine de este género, ni siquiera el uso de temas de origen caribeño, tan recurridos cuando un argumento transcurre en esos lugares.
La operación es mucho más arriesgada: lo hace con música puramente romántica. Otra característica en la banda sonora es la abundancia de música diegética cubana, cuya presencia es muy activa en el metraje.