En la Roma renacentista accede al poder con el nombre de Alejandro VI un miembro de la influyente familia Borgia. A partir de ese momento, sus hijos y parientes consolidarán su poder con intrigas y asesinatos.
Elegante creación recogida parcialmente en esta edición. El compositor no se atribuye el papel de juez de los actos e intenciones de los personajes y su música, por el contrario, se sitúa en el nivel dramático de los propios protagonistas, evitando exponerlos al juicio público y primando, por el contrario, el hacer comprensibles sus motivaciones y sentimientos, por más corruptos o depravados que sean. Es exactamente lo mismo que hizo Nino Rota en The Godfather (72) y funciona tan eficientemente porque de este modo se logra una mayor profundidad emocional y ayuda a entender cómo suceden o cómo se interpretan las cosas desde los propios personajes, por más inentendibles que sean sus actos.
Por tanto, su música no está escrita para los personajes, sino que surge de ellos, sean como sean. Así, por ejemplo, la escena del nombramiento como Papa de Alejandro VI está realzada con una solemnidad y belleza que, en principio, no sería del todo empática con su perfidia y maldad, sino más adecuada a la de un hombre noble. Pero lo que hace el compositor no es atribuirse la arrogante potestad de condenarlo con la música, sino justamente lo contrario: exponer lo que éste siente en ese momento. Y como en The Godfather (72), su creación destila un sentimiento moderadamente amargo, triste y decadente, incluso en lo romántico, que ayuda a remarcar la fatalidad a la que está condenada la familia, a exponer la fragilidad de su poder, el sombrío destino que se avecina. La música, claro, es distinta, aunque el compositor evita en términos generales lo histórico en favor de un tratamiento clásico pero más moderno que favorece el acercamiento del espectador a lo narrado. Y lo hace con melodías de gran prestancia y elegancia que dotan al conjunto del filme de dignidad y lo sostienen con mucha clase. Los temas románticos, con ese tono triste y decadente, humanizan a personajes sin escrúpulos y el empleo de coros y de la voz de una mezzosoprano dan el cariz religioso y ceremonial adecuado.