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EL GENIO Y EL TRABAJO

04/04/2022 | Por: Conrado Xalabarder
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Por Manuel Báez.

A lo largo de la Historia del cine, de la música o de cualquier disciplina artística han existido figuras que sobresalen y establecen los cánones estéticos y estilísticos de esas disciplinas. Son esos astros los que construyen y cimentan el camino sobre el que transitan las posteriores generaciones, pues el arte jamás es una tabla rasa, sino que es una fuente en la que los nuevos creadores se alimentan, quieran o no, de quienes les precedieron. En el caso de la música, no podríamos comprender la armonía occidental, las formas, los géneros o los estilos sin las aportaciones de esos genios que, por otra parte, son escasos.

No todas las generaciones tienen alguien capaz de cambiar las reglas del juego, no todos los compositores, por muy buenos que fueran, han tenido un estilo inconfundible que les señale y que, a su vez, marque el camino para las generaciones venideras, y se cuentan con los dedos de una mano quienes, en cada siglo, han logrado aportar algo realmente nuevo, nunca antes visto, en la música o la armonía. Sin embargo, si profundizamos en las diferentes épocas nos encontraremos con compositores que no alcanzaron ese genio y que fueron igualmente necesarios para el desarrollo de lo que se consideraba buena música, al margen de debates un tanto estériles sobre esa definición. Así, Corelli, Lully o Rossi pudieron no alcanzar el genio creativo de Bach o Haendel, pero difícilmente podemos estudiar la música del Barroco sin tener en cuenta sus aportaciones, mientras que si hablamos del clasicismo no todos los compositores alcanzaron la exquisitez de Mozart, Haydn o Beethoven, que fue capaz de destacar en dos períodos diferentes, pero nadie con conocimiento duda de la capacidad de otros compositores, como Salieri (muy importante en su época, aunque la película Amadeus ensuciara su imagen), Gluck u otros. Lo mismo ocurre si hablamos de autores posteriores que alcanzan ese genio, como Ravel, Debussy o, en otros terrenos totalmente diferentes, Miles Davis, Art Tatum, Hendrix o Van Halen. Por cada genio han existido figuras igualmente importantes, quizás no tan resplandecientes, pero que han construido el arte y la cultura de su época. A lo mejor eran menos genuinos, pero es evidente que circunscribir los diferentes movimientos artísticos y culturales a uno o dos exponentes geniales sería un error y un sesgo imperdonable. Además de genio hay una herramienta fundamental: el trabajo, el oficio y la sabiduría, que no necesariamente tienen que ver con ese derroche innato de creatividad.

Existe una suerte de creencia en el mundo de los aficionados a las bandas sonoras que postula que aquellas personas con un talento lejano al genio no merecen trabajar o participar en el arte. Si lo tomásemos como una ley su enunciado sería simple: todos aquellos que no alcancen el estatus de genio en la composición de música de cine no merecen ser tenidos en cuenta y deberían ser desterrados. Esta ley, que bien podríamos considerar una falacia, haría que pudiéramos disfrutar de Steiner, Williams, Herrmann, Korngold, Goldsmith, North, en mi opinión, Hisaishi… y poco más. La realidad es que si nos ceñimos a ese constructo arquetípico e inalcanzable, podríamos considerar que tener cino o seis compositores sería ya un exceso. ¿Son de verdad todos ellos genios? ¿O lo son solo Mahler, Wagner y Holst, quienes realmente inventaron un lenguaje totalmente novedoso? Dado que el componente del genio es subjetivo, al menos en un gran porcentaje, sería una discusión infinita e igualmente estéril, pero la realidad es que estaríamos despreciando una característica tan o más importante que el genio, a la que ya me he referido antes: el oficio.

Al margen del estado actual de la música de cine en Hollywood (y recalco, en Hollywood, porque esto no ocurre en otros ámbitos culturales), tan industrializada en términos generales, y salvo honrosas excepciones, como la propia industria cinematográfica americana, hay autores que no son genios y son ampliamente disfrutables. Sin embargo, se les compara injustamente con esos genios, como si comparar a Bach con cualquier compositor de gran calidad del Barroco fuera lo normal, como si el genio fuera la única medida posible para todas las cosas y el arte fuera una cuestión de absolutos cualitativos: o el compositor es genial en todo lo que hace y es totalmente genuino, o su aportación no vale nada.

Compositores como Bear McCreary, John Paesano, Alberto Iglesias o Michael Giacchino, están lejos de ser genios. Pero tienen algo igualmente importante: tienen talento, tienen oficio, hacen trabajos de gran altura y trabajos mediocres, son mortales, pero en determinados momentos se alzan sobre esa mortalidad para hacer arte. Sin embargo, en lugar de valorar ese oficio, esa capacidad no genial de sacar un trabajo adelante con un talento modelado a base de experiencia, de aprendizaje… se les compara una y otra vez con los genios. En este sentido, y retomando los últimos artículos de Carles Robert Bassa, los propios aficionados hacemos de menos a muchos músicos y compositores con un talento trabajado y esculpido. Personas normales que han conseguido rozar el Cielo en momentos determinados son tratadas con desprecio, incluso por compañeros de profesión. Yo mismo he hablado en momentos determinados con un tono despectivo de autores con un talento desarrollado a base de años de estudios y práctica, y es un craso error.

Con esto no digo que todo valga lo mismo, que dé igual Prokofiev que Balfe, por poner un ejemplo. Y un trabajo mediocre no puede ser juzgado como un buen trabajo, porque entonces todo valdría lo mismo, y es una tendencia igualmente peligrosa que desprestigia el buen hacer y ese oficio al que me he referido. Igual que tampoco digo que el genio no deba obtener su reconocimiento, pero no es necesario para ello tomar una postura extremista hacia otras figuras. Por supuesto que no es lo mismo Williams que Giacchino, pero ¿es necesario desmerecer a este último por no ser un Williams?

Un violinista que pertenece a la sección de violines segundos de una gran orquesta, que nunca toca un pasaje en solo, no es valorado en absoluto como un músico mediocre por sus compañeros. Es un gran violinista. Quizás no tenga nunca el genio interpretativo de los mejores, pero nadie pone en duda que, con esfuerzo y trabajo, ha desarrollado un gran talento. En cambio, en la música de cine, un compositor que hace buenos trabajos, pero no alcanza ese genio será tratado con desdén, como si fuera, en efecto, un segundón, alguien molesto.

Creo que los aficionados y profesionales de este mundo debemos valorar más los talentos que se han esculpido poco a poco, que debemos aprender a no enjuiciar todo desde la óptica de la genialidad como valor único, algo que solo conseguirá desprestigiar un valor que debe ser clave para seguir construyendo buena música de cine: el oficio y el trabajo. Así no dependeremos solo de un estándar que casi nadie puede alcanzar, como es la genialidad.

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